La Batalla de Famaillá,

 por el general Juan Galo Lavalle

 

Juan Galo Lavalle    (1797-1841)

 

La batalla de Famaillá fue el último gran combate que dirigió el general Lavalle  y su pérdida significo el fin de la Coalición del Norte. El general Paz en sus memorias, cita las cartas que le envió el mismo general Lavalle y que fueron escritas seis días antes de su muerte desde Salta y llegadas por intermedio del contingente correntino que separado de Lavalle, había llegado a Corrientes vía el Chaco. Transcribimos aquí solamente el texto que describe la batalla de Famaillá librado al sur de la ciudad de Tucumán.

 

Señor general don José María Paz.
Cuartel General en Salta, octubre 3 de 1841.

"Mi querido amigo:

 (...) "A las dos de la madrugada del 4 de septiembre, salí de la ciudad (de Tucumán) con mi pequeña fuerza, pasé por el flanco izquierdo del ejército enemigo, y reuniendo en esta marcha mis escuadrones, medio montados y medio a pie, pasé el río de Famaillá,  quedé a retaguardia del ejército enemigo, el cual, suponiéndome bastante fuerte para batir a Garzón, que con setecientos hombres, de las tres armas, había quedado a su retaguardia, con su parque y bagajes, retrocedió rápidamente doce leguas. Entonces y o volví por el mismo camino sobre la capital, y pude respirar en cuatro días que el enemigo permaneció inactivo. Reunido Garzón, todo el ejército enemigo volvió sobre la capital, por le camino por donde yo había maniobrado. Mis escuadrones estaban ya montados, a caballo por hombre, y había reunido, además, trescientos milicianos del regimiento de la capital. A la aproximación del enemigo, por el camino de arriba, como ya he dicho, tomé yo uno de los dos de abajo, y caí a Monteros, doce leguas al sur de la capital. El enemigo, entonces, dejo en ella una guarnición de doscientos infantes, cuatrocientos hombres de caballería y tres piezas a las órdenes de Garzón, y con el resto de sus fuerzas, volvió a marchar hacía el sur, y campó en la orilla del río Famaillá. Yo mantuve mi campo a seis leguas del enemigo, y reuní entretanto quinientos milicianos más de los de Monteros, y otros departamentos. Mi fuerza ascendía entonces a mil trescientos hombres de caballería, y los infantes y cañones referidos.

 Dos días medité profundamente sobre mi situación, y me resolví a atacar al ejército enemigo, siéndome imposible caer sobre la parte más débil en número, que era la guarnición  de la ciudad. Las razones porque me decidí a dar esta batalla tan desigual, las expondré si algún día se me hace cargo del resultado.

 

La batalla de Famaillá, significo el fin de las esperanzas unitarias en el norte argentino.

 

Durante la noche del 18 al 19 pasé el río de Famaillá, veinte  cuadras del campo enemigo, aguas arriba, y dando vuelta sobre mi derecho; amanecí formado en batalla a la espalda del enemigo, y a una distancia de veinte cuadras aproximadamente. El enemigo dio vuelta y me tacó al instante. El éxito de la batalla dependía del combate entre mi izquierda y la derecha enemiga. Donde estaba lo selecto de la caballería de ambos. Mi derecha y la izquierda enemiga, compuestas de los santiagueños, esperaban el resultado del combate del ala opuesta, para huir o avanzar. La poderosa infantería enemiga estaba contenida y obligada a tenderse en el suelo, por el fuego de nuestros  tres cañones, que habían tenido la fortuna de desmontar una pieza de a ocho, la más fuerte del enemigo. La derecha enemiga atacó mi izquierda; mis primeros escuadrones fueron vencedores, y lancearon por la espalda más de cien enemigos; pero el escuadrón Libertador (compuesto todo de porteños), al que no tocaba sino un esfuerzo muy inferior al que habían hecho los otros escuadrones, huyó a treinta varas del escuadrón enemigo, que le tocó cargar, y la derrota de la izquierda empezó a pronunciarse. Lancé entonces mi escolta, que tomaba perfectamente por el flanco izquierdo de la derecha enemiga. En su primer ímpetu arrolló una parte de la fuerza enemiga que perseguía, pero no fue ayudada por los otros escuadrones, que debían haber vuelto caras inmediatamente, y huyó también. Mi derecha, que mandé en el acto cargar a la izquierda enemiga, se disolvió moverse, y entonces los santiagueños avanzaron, porque ya no tenían enemigos al frente. Debe usted inferir lo que harían mis pobres ochenta infantes, cuya mayor parte tenían fusiles descompuestos. Huyeron a salvarse en un bosque inmediato. Mis tres piezas fueron tomadas por el enemigo, que no persiguió a nadie, sino a mi sola persona, pues nuestra izquierda había salido del bosque con menos pérdida que el enemigo, el que siempre le respetó aun viéndola dispersa y en fuga.

Se perdió, pues la batalla de Famaillá, y a los once días llegué a esta ciudad, con la mayor parte de mi ala izquierda. Mi ala derecha era toda de tucumanos, que se fueron a sus casas (...).

 

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