Quebracho Herrado
28 de noviembre de 1840
(provincia de Córdoba)
 

Orden de batalla unitario
Ejército Libertador
Comandante en Jefe: Gral. Juan Galo Lavalle

Infantería

Batallón de Infantería: Coronel Pedro José Díaz

Caballería

Legión Vega (600 h)
Legión Abalos (400 h)
Legión Vilela (1057 h)
Legión Campos (230 h)
Legión Noguera (230 h)
Legión Ruiz (230 h)
Regimiento de Escolta (217h)
Legión Bejarano (100 h)
Legión Aldao (220 h)
Legión Oroño (60 h)
Legión Allende (50 h)
Escuadrón Mayo (250 h)
Cuerpo de Cívicos (37 h)

Artillería

4 cañones: (119 h)

Total: 4.200 hombres y 4 piezas de artillería

Orden de batalla federal
Comandante en Jefe: Gral. Manuel Oribe

Ala Izquierda - Coronel Hilario Lagos

Parte del Regimiento Nº 3
Escuadrón Orientales
Escuadrón de Dragones

Centro

Batallón Independencia: Mayor Martínez
Batallón Patricios: Comandante Domínguez
Batallón Defensores: Comandante Rincón
Batallón de Artillería: Comandante Pon

Ala Derecha - General Ángel Pacheco

División del Sud: coronel Granada
Regimiento Nº4:Coronel Laprida
Escolta Libertad: Comandante Bustos
Regimiento Nº 2: Comandante Navarrate
Regimiento Nº 1: Coronel B. González
Parte del Regimiento Nº 3

Artillería

5 cañones (400 h)

Total: 6.000 hombres y 5 piezas de artillería

La Batalla
 

     Lavalle desplegó su línea de batalla, la cual a pesar de su extensión  -  cubriendo todo su frente - resultaba débil, porque siendo su fuerza principal la caballería, ésta se encontraba montada en animales cansados. El despliegue unitario era el siguiente: En el ala derecha el Coronel Vilela con tres escuadrones; en el centro el batallón de infantería al mando del Coronel Díaz y la artillería; el ala izquierda 6 escuadrones al mando del Coronel Vilela y la reserva con tres escuadrones. Oribe desplegó sus fuerzas reuniendo en su derecha a sus mejores tropas, a las órdenes del intrépido general Ángel Pacheco. Era evidente su propósito de fiar a esa ala el éxito de la jornada. Lavalle, por el contrario, concentró sus mejores escuadrones en su izquierda, de modo que quedó casi a un costado de la línea el batallón Díaz y la artillería.

 

     El centro del ejército federal era mandando por el comandante Costa, y se componía de 3 batallones y la artillería; el ala izquierda, la mandaba el coronel Lagos y tenía sólo 2 regimientos; el ala derecha, a las órdenes de Pacheco, tenía los mejores cuerpos de caballería.

     Ambos ejércitos estaban a 10 cuadras escasas el  uno del otro.

     La disposición respectiva de ambos ejércitos ofrecía a Lavalle la probabilidad de una victoria inesperada, si su caballería lograba romper la izquierda federal – es de destacar que la infantería carecía de un papel importante, solo servía de mero apoyo de la caballería. A diferencia de la mayoría de los generales de la época, el general Paz sabía lo que valía una buena infantería entrenada y disciplinada - y tenía suficiente empuje para arrollar todo por delante en el primer esfuerzo. Era indudable que el estado de las cabalgaduras no permitía confiar en ellas durante una acción larga, pero sí podía contarse con una atropellada brillante.
     A las 2 de la tarde, Lavalle ordeno avanzar a sus escuadrones, al oír el toque de carga, los jinetes unitarios atacaron valerosamente, arrollando las fuerzas de Lagos. Pero al mismo tiempo Pacheco atropellaba la línea unitaria, la sableaba, la destrozaba y envolvía su centro. Los escuadrones que Lavalle había conducido al primer empuje, con sus caballos cansados y, desmoralizados al sentir triunfante por la retaguardia al enemigo, se encontraron entre dos fuerzas. 

       Eran las 4 pm., el combate hasta entonces había sido más bien favorable a Lavalle, pero sus escuadrones ya no evolucionaban con el mismo desembarazo. Los jinetes tenían que rezagarse a su pesar: los caballos estaban postrados. Pacheco observaba como el ímpetu de la caballería unitaria, disminuía a medida que se sucedían las cargas. Decide entonces, lanzar sus regimientos de reserva, que no habían sido todavía comprometidos. Estos frescos y descansados, en el acto arrollan y acuchillan los agotados y desmoralizados jinetes unitarios.
       El desbande se produjo instantáneamente. Lavalle, que en lugar de ocupar un punto dominante del campo de batalla como general en jefe para remediar cualquier contratiempo, había preferido convertirse en un oficial cualquiera, cargando al enemigo a la cabeza de sus escuadrones, no se dio cuenta del desastre. No habiendo quien mandara en la línea unitaria, cada jefe decidía como salvar su unidad.
       El coronel Niceto Vega, viendo el desastre en que caía sobre el ejército unitario, y comprendiendo que el propio general Lavalle estaba en peligro de caer prisionero o ser muerto, se dirigió hacia el lugar en que éste se encontraba, rodeado por un puñado de oficiales y soldados, y le dijo:

            “ – Mi general, por la Patria, a nombre del Ejército Libertador, le suplico que galope, que se salve, porque los enemigos se corren ya por nuestros flancos.    

       A lo que respondió Lavalle, señalando al enemigo: “- Arroje usted esa canalla.”

      Ante esta orden, el coronel Vega al frente de los últimos cien sobrevivientes de su Legión cargo a su cabeza contra el enemigo, permitiendo a su general poder abandonar el campo de batalla.
     Al retirarse Lavalle, y dándose cuenta de que la batalla estaba pérdida, todavía ordenó que se resistiera “a pie firme” el choque de los federales. El resultado fue que, cuando el coronel Vega le convenció del desastre y lo hizo huir a todo galope, mientras él defendía su retaguardia, fue tarde para ordenar al coronel Díaz que salvara la infantería. Los inmensos bagajes del ejército también habían sido abandonados desde el primer instante, sin embargo el ayudante Lacasa, que iba bien montado, logra alcanzar a Díaz. Este se retiraba con su batallón formado en cuadro. Dice Espora: “Los soldados alineados, silenciosos y altivos en medio de su derrota, marchaban sin dejar abrir un claro en las filas. Por su correcta formación parecían hacer ejercicios en un campo de maniobras, más bien que tentar el último esfuerzo de salvación sobre un campo de batalla”. Lacasa trasmite a Díaz la orden de Lavalle, “que se salvase a todo trance”. El valiente oficial no sólo no podía ni debía abandonar su cuerpo, sino que veía el campo de batalla convertido en una confusión indescriptible, y la persecución desplegándose por todas partes. Su contestación fue heroica: “Diga Vd. al general que donde mueren mis soldados morirá su coronel”.

      El batallón de infantería era la única unidad que quedaba en pie y organizada del destrozado ejército unitario. La confusión era inmensa, se mezclaban gritos de los soldados, con los relinchos de los caballos, los tiros y cañonazos. Olvidando la indisciplina que había caracterizado al ejército Libertador, los infantes unitarios formados en cuadro y en un orden perfecto con sus banderas al centro, sumaban la desventaja de retirarse por terrenos desiertos, llanos y sin agua.
El coronel Díaz sin apoyo de caballería, ni accidentes en el terreno que lo ayudaran a tomar posiciones defensivas, se dio cuenta que no podía resistir por mas tiempo. El general Pacheco personalmente le ofreció la rendición garantizando la vida de sus hombres, y la misma fue aceptada por el valiente coronel unitario.
El desastre del ejército unitario fue absoluto: de los 4.200 hombres que componían su ejército, Lavalle perdió en esa jornada 1.500, con varios jefes y oficiales, incluso toda la artillería y la infantería; un repuesto inmenso de municiones, armamento de toda clase, 3.000 caballos, vestuario, parque, banderas, imprenta, equipaje, carretas, correspondencia y cuantos elementos de guerra poseía. Los federales, según el parte oficial, tuvieron 36 muertos y 50 heridos, cifra dudosa de acuerdo a las tres horas de batalla y lo intenso de los combates.

 

Croquis de la batalla

 
 

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